El Real de Minas del Fresnillo producía plata
principalmente, aunque también oro, pero en cantidades menores. Estas riquezas
fundidas en lingotes, eran transportadas en carromatos tirados por bueyes.
Transitaban fuertemente custodiados por el camino real hasta llegar a la ciudad
de Zacatecas donde se depositaban en la Caja Real.
De ahí se enviaba a España. Pero parte de la producción
se quedaba en Fresnillo, con los ricos mineros y uno que otro mercader. Estas
riquezas atraían poderosamente a mineros con menos suerte, así como a bandoleros que
mantenían asolados a los poblados de la región por sus frecuentes correrías.
Para evitar que los asaltos, robos y crímenes pudieran arrebatar los
lingotes de plata y oro a sus propietarios, se recurría a las fuerzas armadas
que a su cargo tenían el resguardo real y que se encontraban acuartelados en el
Presidio o Cantón Militar (ahora Presidencia Municipal).
Lo anterior de hecho no ofrecía seguridad alguna a los
pobladores y se buscó otra manera de proteger tales tesoros.
Precisamente para estar más seguros de que las riquezas que extraían
de las entrañas de las minas se mantuvieran mejor resguardadas, se decidieron a
esconderlas en cuevas que nadie conociera. Se determinó que fueran las que se
localizan en el Cerro del Xoconostle. A ese lugar de hecho nadie se
acercaba porque era un cerro muy extraño, del cual decían los lugareños,
habitaba el diablo.
Decían lo anterior porque de esas cuevas se despedía un
penetrante y asfixiante olor, incluso ninguna hierba crecía. Dominaba el páramo
matorrales y maleza espinosa que brotaba de la tierra de color negro. Este
cerro, según los antiguos, fue hace miles de años chimenea del Volcán
de Colima, por ese se encuentra gran cantidad de ceniza de color negro.
Además los arbustos que allí crecen son de una especie
sumamente rara y de horrible apariencia. Los lagartos y serpientes que ahí
abundan, son oscuras y de piel escamosa y de horripilante figura que ahuyenta a
curiosos. Esto fue tomado en cuenta por los mineros para ocultar sus fortunas.
Creían que el temor al diablo que suponían habitaba esas cuevas, nadie se
atrevería a incursionar en ellas, mucho menos en tratar de llevarse el tesoro
de los mineros.
Pasaron los años y la gente empezó a olvidar lo
que en el cerro se habíadepositado. Los mineros y mercaderes también
y al parecer todo quedó en el olvido. Trascurrieron los años y pocos
en verdad recordaban ese pasaje de nuestras tradiciones y se llega a mediados
del siglo XX.
Fue en tiempos cuando se construía la Carretera Panamericana
o Cristóbal Colón y que pasa a escasos metros del Cerro Gordo. En ese
lugar empezaron a ocurrir extraños fenómenos que los trabajadores no
sabían a que se debían, pero los atemorizaban cada vez que se acercaban a las
cuevas que permanecían ocultas en el exuberante follaje.
Decían cada vez que se adentraban por el cerro a cortar leña
para calentar sus alimentos o encender fogatas en la noche al acampar en ese
sitio, escuchaban ruidos extraños que salían como de abajo del pedregoso
terreno.
Luego empezaba a salir humo negro muy espeso que atemorizaba
a los obreros porque apenas podían respirar. Muchos de ellos enfermaron, otros
prefirieron abandonar el trabajo.
Resulta que cerca del Cerro Gordo habitaba un humilde pastor
que cuidaba sumodesto rebaño de cabras, él fue quien explicó a los
trabajadores de la carretera lo que en el cerro había. Les dijo que el
diablo habitaba en ellas y que cuidaba un tesoro que dejaron los mineros
españoles hacía muchos años.
El diablo, según el pastor, le había dicho que el tesoro sería
de quien se lo llevara cuando el no estuviera en la cueva, al regresar y al ver
que no se habían llevado el oro y la plata, se quedarían con él en su lúgubre
morada.
El pastorcillo explicaba que él conoció al diablo cuando una
de sus cabras se internó en el monte y fue a caer en una de las cuevas, cuando
intentaba rescatarla se le apareció el curro, así le llamaban a lucifer, y le
dijo del tesoro.
Asegura que él lo vio pero que no trató de llevarse nada.
Incluso vuelve a asegurar que el diablo se retira de la cueva cada Viernes
Santo, y es cuando se puede llegar ella, ya que aparece a la vista de
todos. Desde entonces los buscadores de tesoros, que por cierto son
incontables, han pretendido evadir la presencia del maligno, y acuden cada
viernes santo al cerro para tratrar de llegar a la cueva y sacar el tesoro
antes de las tres de la tarde, que viene siendo la hora en que Cristo murió en
la Cruz.
Pero, ninguno de ellos ha logrado saciar sus ambiciones,
según eso porque pretenden llevarse todo y por la premura del tiempo al final
de cuentas, nada obtienen y optan por emprender la huida, regresan con las
manos vacías. La cueva durante todo el año no es visible, solamente unas
cuantas horas o minutos del Viernes Santo.